Una vida tallada con sus manos

Retrato de Ángela SánchezAprendió a leer sola y veinte años después se tomaba los cafés con Cela, Mingote, Ussía y Umbral, entre otros. Escultora, pintora, dibujanta, poeta, escritora de novelas, pero sobre todo entrañable. Unas manos de 90 años que se mueven como recién estrenadas. Así es Dora, una gran maestra de la vida.

Almería la vio nacer en 1921. Tenía cinco hermanos y sentía devoción por el mayor, Miguel Ángel, el favorito de su padre. Después iba ella que era muy flaca. Luego nacieron sus hermanas, gorditas y guapas.

Cuando recibían visitas, su madre enseñaba a sus hijos uno por uno, y cuando llegaba a ella se disculpaba, «esta es la más feilla». Sin embargo, heredó «la memoria de los Martínez» (apellido de su padre), según le decía La Juana, su tata. Su figura menudita estaba coronada por una abundante cabellera «se la va a comer el pelo», decían las visitas en respuesta a la presentación que hacía de ella su madre.

Con apenas cinco años se pasaba las horas con «El diario de Almería» en la mano, preguntando cual era cada una de las letras. Después, las plasmaba en las lozas de mármol blanco que había en la entrada de su casa o en los puños almidonados de la camisa de su abuelo. Era su favorita, de modo que le prestaba su lápiz de oro con una punta fina, que se caía en cada momento, para que la niña hiciera sus primeros dibujos.

No habían pasado muchos años cuando Dora ya había descubierto lo que era tallar. En una mañana de invierno, cuando acompañaba a La Juana mientras lavaba la ropa, la pequeña empezó a jugar con un trozo de jabón. Poco a poco le fue dando forma de bola hasta sacar la cabeza de un muñeco. Aún no sabía que existía el barro y creyó que todos los santos que había visto tallados en madera o mármol se hacían a fuerza de quitar lo que sobraba. Descubrió el jabón y ya no se aburrió nunca.

Este episodio desató en ella una nueva afición. Se dedicó a coger todas las pastillas de jabón que veía. Hasta que un día su padre, lejos de reñirle, le regaló una navajita de Albacete. Y, de vez en cuando, le compraba trozos de jabón. Entonces empezó a tallar con más oficio. Y los vecinos de la zona le regalaban jabones para que le sacaran «el parecío».

No tardó en darse cuenta que tenía madera de artista. Pasada la Guerra Civil, y no sin cierta osadía, decidió  aprender arte cuando las mujeres ni siquiera salían de casa. Eran los años 40 y estudiaba en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando Madrid. Ante la mirada desconcertante de sus compañeros (sólo había dos mujeres en clase) y los halagos del que sería su Maestro, Enrique Marín Higuero.

Fue entonces cuando las manos de Dora tocaron por primera vez el barro. Se sintió fascinada por la elasticidad de este nuevo material, que podía estrujar, separar y estirar a su antojo. Tardó en modelar una escultura el tiempo que sus compañeros ponían el barro. Y desde entonces no ha dejado de trabajar. Pero ella no lo sabe, porque como dice orgullosa, «el trabajo es una cárcel y yo tengo la libertad de hacer lo que me gusta y cuando quiero. Nunca voy a jubilarme».

TERTULIAS LITERARIAS

Recuerda con nostalgia el tiempo pasado. Su estudio de la Calle Mayor con una gran ventana sobre los tejados del Madrid antiguo, los reportajes del Blanco y Negro y las tertulias del café Gijón con sus cafés a 50 céntimos.

Cuando terminó sus estudios (nunca recogió el título porque no tenía las 2.000 pesetas que costaba retirarlo), empezó a trabajar rehabilitando obras dañadas por la guerra a cinco pesetas la hora. Y después en una fábrica de porcelana creando moldes que uno de sus compañeros de facultad pintaba. Empezó a exponer en numerosas galerías de Madrid haciéndose con más de un galardón.

A finales de los 40 ya era una asidua a las tertulias literarias. Escribían poesías al estilo de… charlaban sobre libros y revistas, y esperaban una llamada de trabajo. Se hablaba de todo menos de política, de la que era mejor no hablar.

Cuenta que cuando le regalaba jabones a Cela este le decía «me lavaré con arte». Que Mingote elogiaba sus óleos y dibujos. Que Umbral siempre fue un «pobre hombre», sin dinero, y a quien todos evitaba por su indumentaria, una vieja chaqueta cogida con un imperdible cuando tenía lavando la camisa.

A Dora le entraban ganas de ofrecerle un café. Pero ella no podía invitarlo. Estaba muy mal visto por aquella época. Así, que para poder compartir mesa con tal elenco de personajes la escultora siempre dejaba pagado su café para evitar que sus colegas se sintieran en la obligación de invitarla. Y poder así, compartir con ellos charlas e impresiones.

Dora es una de esas personas que no te cansas de escuchar. De esas que te regalan frases a cada instante. Enamorada de los animales, si son perros mejor. Una adelantada a su época, aunque reniegue de la tecnología. Dice que la igualdad está en la inteligencia, que el dinero no da la felicidad pero que no tenerlo la quita. Y que durante toda su vida su marido se encargó de mandar y ella de no obedecer.

Vive en Córdoba desde 1967, ciudad a la que vino condicionada por el trabajo de su marido, pero de la que se declara una enamorada, y desde donde ha seguido trabajando y exponiendo en numerosas galerías de arte, no sólo en España, también en Londres o en Francia. Viviendo en Córdoba crió a sus tres hijas y vio nacer a sus ocho nietos. Tiene un bisnieto «medio mexicano» y ha recorrido tres continentes y muchos países. Algo que se sale de lo común en una señora de 90 años.

Come poco, pero las cuatro onzas de chocolate puro derretidas en una taza de leche, nadie se las quita a la hora del desayuno. Le encanta el jamón «de patita». Hace croché, sigue esculpiendo jabones, recita de memoria las poesías que aprendió de pequeña para lograr el sueño, compra libros. Lee cada día el ABC (lo primero que mira es el chiste de su amigo Mingote), sin gafas. Y ha vivido en primera persona La República, La guerra Civil, una dictadura, y el paso a la transición democrática, plantándose en 2011 con 90 años y «sin colesterol».

 

«Dios dijo al orbe,

labora de la noche a la mañana,

Dora ha nacido escultora,

porque a Dios le dio la gana»

POESÍA DE ADRIANO DEL VALLE DEDICADA A DORA A FINALES DE LOS 40.

 

  • De ella se puede escribir un libro, o dos pero si queréis un poco de información extra CordobaPedia o el Ateneo de Córdoba recogen con un poco de más detalle su extenso currículum

http://ateneodecordoba.com/index.php/Dora_Mart%C3%ADnez_%22Dora%22

http://cordobapedia.wikanda.es/wiki/Dora_Mart%C3%ADnez_Gonz%C3%A1lez

Mi amiga escultora

3 comentarios en “Una vida tallada con sus manos

  1. Sin lugar a dudas, una gran mujer!!! Espero, si llego a los 90 años algún día, que mi vida sea la mitad de interesante que la de Dora y encontrar a alguien con quien compartir todo lo que he vivido!!! Enhorabuena compañera, un reportaje precioso!!

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